Una Revolución es ante todo, un cambio de las relaciones entre los humanos, y de estos con la Naturaleza.



DESDE EL PODER POPULAR

María Emma Belandria Ch.
Valencia, 10-12-2008

Algunos críticos del proceso bolivariano han devenido en una suerte de quejosos desesperanzados porque no ven construida “YA” la sociedad socialista. Esta visión romántica del socialismo exige velocidad porque es capaz que me muero y no lo he visto. Hablan desde el pináculo de la suficiencia y la pureza ideológica, tal vez para mantener la distancia y continuar siendo la vanguardia ilustrada, no contaminada por las contradicciones propias de una revolución. Lamentamos darle la mala noticia de que no será pronto ni fácil construir una nueva sociedad. Veamos algunos de las dificultades más notorias.

En primer término, debemos ubicarnos. No estamos en un limbo social ni somos ángeles recién creados, con el cerebro limpio de toda imperfección y prediseñados para ser solidarios, austeros y amorosos. Por el contrario, arrastramos una pesada herencia de miserias que nos impulsan al odio, la desvergüenza y el pillaje. Marcados como reses por la cultura del egoísmo, tenemos conciencia de ser esclavos y nos proponemos romper ese cascarón. Pero no es rápido ni completo. Parece que es, paradójicamente, dentro del monstruo y durmiendo con el enemigo.

En segundo lugar, la lucha de clases no es una maldición teológica ni un invento de resentidos y envidiosos sociales. Las grandes contradicciones sociales son el resultado de la práctica económica que permite la expropiación del producto del trabajo social, y su concentración en pocas manos. El poder político ha sido un “bien” capturado, por pocos, en detrimento de las condiciones de vida de las grandes mayorías. Pero esos pocos han sabido desplegar los mecanismos de la dominación sobre el resto de la sociedad a través de la legitimación jurídica, el control de la cultura y el despliegue de la violencia. Seguimos en lo mismo pero ahora, con la contradicción de clases en franco despliegue.

En tercer lugar, todos hemos estado sometidos a esos “masajes” ideológicos que nos han convertido en mercado, en exitosos peones del consumo. Desarraigar las prácticas despilfarradoras de la energía, del salario, de los recursos naturales y otros tantos bienes sociales, significa enfrentar una de las contradicciones fundamentales del capitalismo. Para muchos eso es imposible. Es más, se pretende el absurdo de que lo revolucionario sea generalizar el modo de vivir de la clase media alta, que todos tengamos carro, casa de playa, yate, viajes de turismo al extranjero cada año, ropa de marca y disfrute sin límites de los centros comerciales modernos y desde luego…..muchas tarjetas de crédito. Serían necesarios los recursos energéticos de -al menos- cinco planetas tierra y aún así no se alcanzaría tal propósito, por la maña de concentrar todo en pocas manos. Avanzaríamos más rápido con austeridad, conciencia ecológica y solidaridad social. La ética de la austeridad es un valor de gran significado, sobretodo en medio de la abundancia material.

Sumemos a lo anterior cierta singularidad criolla: Como resultado de esa cultura de la avaricia, el Estado es el campo de los negociados. No hay organismo público donde sus funcionarios (salvo raras excepciones) no estén bajo sospecha, es sólo cuestión de tiempo y contactos. La impunidad y el descomunal ingreso petrolero, alimentan las larvas de la corrupción. Un verdadero socialista no sería tentado ni aprobaría cosa parecida desde su cargo público. Pero resulta que todavía los socialistas se están haciendo en el horno del Pueblo.

Y ahora vamos a lo más terrenal. Estos quejosos quieren que el Consejo Comunal funcione como una “máquina social”. Que por un lado entren los voceros y por la otra salgan ya resueltos los problemas de la comunidad. Nada peor que la ignorancia de las dinámicas participativas. Construir consenso no es fácil. Lidiar con la diferencia de criterios, intereses y hasta las concebidas resistencias políticas, hacen del trabajo social comunitario un verdadero ejercicio de paciencia y tenacidad. Lo avanzado ha sido una vigorosa puesta en marcha de las fuerzas propias del Pueblo para superar sus diferencias, teniendo en cuenta las herencias de viejas formas de organización vecinal.

El problema de la inseguridad es viejo. Consecuencia de esa forma perversa de discriminar y excluir, el instinto de sobrevivencia se expresa de forma brutal mediante la violencia. Cuando el individuo cruza la frontera de la norma social de convivencia porque tiene hambre existencial de las cosas, entonces es cuando se instala una contracultura destructiva e irracional. No es fácil revertir el fenómeno.

Mientras no se modifiquen las relaciones productivas y de división social del trabajo, será imposible erradicar esa violencia particular que reproduce la esencia violenta del sistema clasista. Porque cuando se maltrata, se discrimina, se excluye a grandes mayorías de sus derechos sociales, se hace con la violencia de la dominación racional burguesa. Disfrazada de legalidad, enquistada en la cultura del consumo irracional y consagrada en forma de Estado Capitalista.

Muchos delincuentes viven en el seno de las comunidades más pobres. Pertenecen a ellas. Allí duermen, comen, tienen sus familias y comparten con sus vecinos. ¿Hay acaso una alternativa al propio poder comunal para desarraigar este tipo de anomia? Desmontar la desesperanza aprendida requiere una fuerte inversión social en el desarrollo de valores humanistas, porque además de otras condiciones, al Pueblo le ha sido impuesta una vida de renuncia a los sueños del bienestar colectivo. Cada quien trata de sobrevivir individualmente, a cualquier precio. Allí se engendra la descomposición social y el desarraigo de los valores éticos.

El Partido se come al Poder Popular. Cierto. No es posible ignorar la tendencia a someter los movimientos sociales y comunales a la disciplina y verticalidad de los partidos políticos. Pero justamente ahí, en la claridad ideológica de unos y otros, radica la capacidad de la democracia participativa como forma política de organización popular. Los partidos no deben instalarse sobre los Consejos Comunales porque los afixiarían, los convertirían en organismos funcionales de una maquinaria cuya naturaleza es diferente a la propia de una comunidad. Esta última tiene sus problemas específicos y relaciones de vecindad más cercanas a la solidaridad, la ayuda mutua, el diálogo fraterno sobre cosas sencillas, de la familia, los niños, el ambiente y el compartir tristezas y alegrías. El Partido tiene un radio de acción más general, de alcance político diferente, pues impulsa la conformación de los poderes del Estado, responsable de transformarse para transformar a fondo la formulación y ejecución de las políticas sociales. Desde luego, si el Partido refleja la dinámica real del Pueblo, pues no habría contradicción sino relaciones de acompañamiento más cercanas al sentir popular. Sería más fácil la construcción de un Estado revolucionario.

El Poder Popular existe ya, está rebelándose contra la burocracia política tradicional, identificando las formas cotidianas del cómo resolver sus problemas, observando al Estado, sus funcionarios y sus condiciones operativas. Cada día se hace más ducho en el arte de los trámites y conoce mejor las triquiñuelas de los burócratas. Cada día se hace más crítico y acumula más experiencia. Cada día comprende mejor la naturaleza de la lucha de clases. En otras palabras, se están dando los dominios inteligentes requeridos para hacer del Poder Popular el Pueblo en el Poder.

Los recientes resultados electorales hablan del avance de la conciencia comunal en materia política. Un triunfo importante en el 80% de las Alcaldías, colocan en primer plano la eficacia política de la organización popular, que no siempre votó de buen agrado por los candidatos del PSUV, pero privilegió la disciplina y el proyecto colectivo por encima de sus legítimas críticas a perfiles políticos poco confiables. Una frase de un Vocero Comunal lo explica todo: no importa quién esté arriba, nosotros somos la fuerza que ha de moverlos de allí cuando las condiciones estén maduras.

El Pueblo es el Poder. El Gobierno debe servirle.

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