Pero este terremoto de 8,8° pudo quedar para los anales, un recuerdo crudo y perecedero más, sin embargo, la caída de las fachadas y la avanzada del mar dejo una grieta más profunda. La catástrofe logró desnudar a Chile, logró mostrarlo en toda su precariedad, en toda su pobreza. No es un producto del azar que las personas más afectadas provengan de las clases más desprotegidas del país.
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